Un "viejo amigo", uno de "esos" de izquierdas pero que creen ciegamente en eso que llaman "progreso" me espetó: ¿ Cómo vosotros, los "conservacionistas", estáis en contra de que se derruyan las fábricas y sus chimeneas, escenarios de la explotación obrera? En un arrebato de "sentimiento religioso" le respondí: "De la misma manera que los cristianos poseen la cruz como símbolo de sacrificio y redención, "nosotros" los obreristas tomamos esos edificios y sus chimeneas, a parte de por su valor arquitectónico, como bandera del valor del "trabajo" y de la solidaridad, como fundamentos de una sociedad nueva".
No sé si mi amigo lo entendió, de hecho hace un par de años dejó de serlo, seguramente sus valores ya no se parecían a los míos.
Bueno... aquí va una de chimeneas!!! Unas ya no existen, otras simplemente esperan...y otras perviven ahogadas y readaptadas entre grandes edificios en ese engendro del 22@.
Todas las estaciones tienen algo de telúrico. Dalí decía que en la deriva de los continentes sólo en las estaciones uno se puede reencontrar. Todas tienen su misterio, una partida, una llegada, miles de miradas perdidas siguiendo su viaje particular.



Hace pocos años cuando un residente,una persona algo mayor decía ir al centro de la ciudad, decía que "iba a Barcelona". Este era el concepto de barrio que se vivía entonces. Poblenou era la fábrica de Barcelona, también el límite, la frontera, también el detritus, con esa cloaca abierta del Bogatell o incluso un gran cementerio, como en la novela "Memento mori"*,que se expandía por sus calles los fines de semana. Y es que Poblenou era todo eso una gran fábrica donde la revolución industrial hizo sus ultimas fogatas antes que una vez trasladadas a la periferia terminar por desaparecer. Era esa cloaca, esa agua purulenta de oscuro ocre metálico que aún fluye menos pesada pero con más mierda (orgánica) por debajo de la urbe para soltarla lejos, pero no lo suficiente como para que su aroma no nos llegue de nuevo un día propicio del final del verano. Era y sigue siendo esta parte de la ciudad muerta, hoy incluso más que ayer. Los fines de semana y en verano los vecinos sacaban una silla a la calle, la televisión aparte de ser en blanco y negro, no ocupaba todo el tiempo libre. Hoy los que viven huyen de esa ciudad terciarizada con pantalón corto y el deposito lleno de gasolina. 
