Todas las estaciones tienen algo de telúrico. Dalí decía que en la deriva de los continentes sólo en las estaciones uno se puede reencontrar. Todas tienen su misterio, una partida, una llegada, miles de miradas perdidas siguiendo su viaje particular.
El Poblenou, el Pueblo Nuevo de entonces, pronto se vió cruzado por aquel primer tren que en 1848 unía Barcelona y Mataró, si bien su estación no fue inaugurada hasta el 1886, bajo la influencia de los dueños de Can Girona, la empresa metalúrgica que luego se convertiría en MACOSA, y que tenía las instalaciones al lado mismo. Una prueba del poder que el capital, en este caso de Manuel Girona y familia, siempre ha tenido a la hora de diseñar el distrito. En 1907 se construiría la nueva estación que seguiría en funcionamiento hasta el 1989, en que fue demolida con la excusa del Cinturon del Litoral para antes de las Olimpíadas del 92. Desde 1929 su tendido de vías tuvo una gran preponderancia, pues fue depósito y taller de máquinas y vagones, además de la composición de los convoyes de la cercana estación de Francia.
Las vías, las denostadas vías, culpables de que el barrio y Barcelona viviera de espaldas al mar! Esa gran mentira, al menos relativa, que se repitió hasta la saciedad en los coros mediáticos del 92. Pues el mar siempre estuvo allí, más sucio, sin esa transparencia artificiosa de hoy, pero estaba allí, sólo hacía falta irlo a buscar. Y esa vías con su variedad de vagones aparcados eran una sugestiva invitación a esconderse y jugar.
* Fotos del Archivo Cuyàs/Institut Cartogràfic de Catalunya